Éstos últimos, los que no saben vivir sin mentir, acaban siendo los malos… muy malos. Son lo que mienten tan a menudo, sin ningún motivo, que les pillas la primera mentira, después la segunda, y a la tercera, aunque lo que se le haya escapado sea una verdad, ya nos les crees nada. Son los amigos del pastorcillo, aquel que al final consigue que el lobo se coma todas sus ovejas.
Es esta categoría tengo a un montón de amigos, coleguillas, conocidos y menos conocidos. Es el caso de Carlitos, que en es un verdadero profesional inventando historias: una vez, a poco de conocerlo, nos dijo que había combatido en la guerra de Angola… nos relató como había visto morir a sus compañeros… el cabrón hasta lloró. A mi me había convencido (sabía que Cuba había mandado tropas a Angola) y al resto de cubanos que estaba conmigo (unos cuantos) también, pero Ernesto lo miraba desde el rabillo del ojo, y cuando Carlitos se levanto con los ojos llenos de lágrimas a enjuagárselas en el baño, Ernesto nos dijo burlón: “Cuando la guerra de Angola, Carlitos tenía 14 años”.
Siempre que llamabas a Carlitos al móvil y le preguntabas por dónde andaba, te decía que estaba en Franfurkt, Berlín o París, que estaba aburrido, que había cogido el coche y que había llegado hasta allí…
En la actualidad Carlitos no tiene muchos amigos.
Iván es otro tipo de mentirosillo. Este tipo de mentiroso no es un “rara avis” ya que miente para hacer lo que quiere y librarse de broncas. Un ejemplo: las jornadas laborales de Iván son largas, largas, largas… según le cuenta a Mayra cuando llega tarde a casa. Mayra, a todo esto, sabe desde que hora está la furgoneta del trabajo aparcada delante de casa, así que todas esas horas extras de Iván nos las hace trabajando, si no echando potes con sus colegas. Cuando llega a casa, en lugar de tener taza, tiene taza y media. Una por llegar tarde, y la mitad por mentir. O viceversa.
Erne en cambio, sin ser mentiroso, que no creo que lo sea (o si lo es, debe ser muy bueno, por que hace tiempo que no le pillo en una) es bastante exagerado. Erne no tiene término medio, no tiene escala de grises: todo es o blanco o negro. Tiende a maximizar todas sus experiencias y emociones, para lo bueno y también para lo malo… Estas “exageraciones emocionales” hacen que desconozcas la medida justa de las cosas que cuenta Ernesto.
Mi hermano en cambio es un campeón. Joseba no miente, pero tampoco se puede esperar que diga la verdad. Es un artista de la ocultación.
Desde que éramos niños hasta que me fui de casa, el carro de las hostias era ésta que está escribiendo. Yo, la mayor de los dos, a base de zapatazos, escobazos, hostias a tutiplé, he ido abriendo el camino a mi hermanito. Él con el camino limpio de zarzas y malas hierbas, ha ido aprendiendo lo doloroso de ir con la verdad por delante. Lo ha aprendido, no por experiencia propia, si no por mi experiencia. Así que un día pareció decidir que era mejor ser Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El bueno, que era Jekyll lo reservaba para casa, y el otro, sin llegar a ser del todo Hyde, era el que dejaba suelto por la calle.
Así que en la familia, yo soy la que llevo el cuerpo lleno de cicatrices (en mi espíritu) y el tiene la piel inmaculada como la de un niño (en cuerpo y espíritu). Todo este aprendizaje de nuestra niñez y adolescencia le vino muy bien para moldearse como “el mejor quedón”, y así ser un hacha como comercial en el sector de la automoción y ahora también en
el de los medicamentos.
Y yo… yo también lo hago de vez en cuando o de cuando en vez… Y no lo hago ni por deporte, ni por salvarme de alguna bronca. Creo que yo lo hago por miedo a las consecuencias de decir la verdad. Para que todo siga igual.
Creo. Pero tampoco estoy segura…
Lo que si tengo claro es que todo este animalario de tipos de mentirosillos en el que me incluyo, no mentimos hacía afuera, nos engañamos hacia adentro. En realidad ¿Qué le importa a la gente si yo miento o no? ¿No será que al mentir en alto, yo también acabo creyéndomelo?
“Tell me lies, tell me sweet little lies”...