Un día Javi me hizo una pregunta: ¿y tú Bakartxo, cuántos amigos tienes? La frase, aparentemente inocente, hizo “crack” dentro de mi.
En la conversación también estaba Augusto. Augusto tiene un montón de amigos, de calidad, de esos que son los primeros en celebrar contigo cuando eres feliz, pero que también te sirven de muletas cuando estás jodido. Son los de la doble funcionalidad…
Pienso que las comparaciones son malas, y en este caso también dolorosas. Así que le respondí: Pocos, muy pocos.
Siempre he dicho que para recibir cosas buenas, primero hay que sembrar. Ya tocará después recoger…
Pero con el tiempo, cuando una ya empieza a peinar canas en el culo, y analizas el por qué del éxito de Augusto, te das cuenta de que la siembra no es suficiente. Si te limitas a sembrar y a esperar recoger sus frutos, sin haber velado por el crecimiento, la recolecta son un montón de coleguitas de farras, compañeros de trabajo, amigüitos varios (como dice Miguel) que te acompañan en los buenos momentos, pero que en los malos brillan por su ausencia.

En esto de la amistad no basta con sembrar. A esta flor tienes que regarla, abonarla, acompañarla en su crecimiento, vigilar que crezca sana y curar sus enfermedades. Entonces sí (y no en todos los casos, por que esta vida también está llena de ingratos) puedes recoger como fruto la amistad.
Hasta ahora he creído que bastaba con sembrar… pero en estos momentos en que los años se me acumulan en los huesos y en las grasas, miro atrás y veo que estoy rodeada de “amigos light”, que de los de verdad, de los que ríen y lloran contigo, tengo pocos. Muy pocos…
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