Dentro de unos días celebraré mi primer año de vida… L@s que me conocéis, sabéis que hace un mes cumplí 37 (ni más ni menos…). Es cierto. También es cierto que el día 23 de noviembre del año pasado tuve un accidente “mu pero que mu gordo”.
Ese día fue perfecto, estupendo, de los que me acordaría toda la vida incluso de no haber acabado como acabó. Ese día tuve un accidente cuando volvía de Durango, de noche y lloviendo. Perdí el control del coche, choque con el contén de la autopista, volqué y me traslade un buen trayecto (largo, largo, largo…) sobre el techo del coche. Aunque el tiempo transcurrido entre que el coche chocó y paró no debe haber sido mucho, en el momento me pareció interminable. En lo único que pensaba era en qué momento el coche pararía y contra qué me daría. Y sobre todo si de esta iba a salir viva… .

Y salí… Cuando el coche paró, yo estaba boca abajo con el cinturón de seguridad puesto. Me costó quitármelo y caí sobre el techo. No sabía cómo salir de allí, estaba desorientada. Boca abajo el coche no parecía el mismo. Salí por una ventana rota.
No lloré. Ni en ese momento ni más tarde. El coche estaba hecho una chatarra pero yo estaba bien. Tenía un montón de heridas en la mano que me sangraban y que me dejaron la ropa hecha un asco. Después me daría cuenta que también tenía el cuello tocado. Pero en ese momento yo esta bien. “De puta madre” diría después a cualquiera.
De todo aquello sólo me queda una conclusión: Si después del accidente como secuela sólo tengo un montón de pequeñas cicatrices en la mano izquierda, y el golf del aita que heredé en vida por la defunción de mi focus, sólo tengo una conclusión posible: No es fácil morirse. No es nada fácil morirse…
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