
Es jodido esto de renunciar… sobre todo cuando una está acostumbrada a conseguir todo aquello que quiere.
Leí una vez (que yo leo, a veces para entretenerme, y algunas otras, las que menos, para cultivarme) que a los niños desde muy pequeños, incluso desde que se les amamanta, había que enseñarles lo que es la frustración. Decía el artículo, escrito por un conocido psicólogo, que al bebé no había que darle el pecho (biberón en su caso) cada vez que este llorase (por hambre, se entiende). Decía que había que dejarlo llorar para que aprendiese que en la vida no siempre uno puede tener lo que quiere, y tampoco lo que necesita.
Estuve yo cavilando por un tiempo, dándole vueltas a lo que decía el psicólogo de marras, pensando al principio, que el cabrón no debía ser padre. Ahora, que de tanto darle vueltas al asunto lo he ajado y descolorido, pienso que el tío quizá estuviese acertado. Y dándole vueltas y más vuelas, llegué a la conclusión que quizá mi amatxo siempre que lloré me enganchó a su teta. ¿A qué viene esto? A que me quedo bien jodida cuando no consigo lo que quiero. Y no es que quiera culpar a mi ama de lo gilipollas que soy a veces, pero oye, si la culpa es suya y no mía, la cuenta de mi psicólogo que se la hagan llegar a ella.
Esto en lo que se refiere a la resistencia a la frustración. Hablemos ahora de la capacidad de renuncia.
Hace poco en una conferencia en el Kursaal en el que el conferenciante, un escritor, coach… (y no sé cuántas cosas más era este hombre, además de ser “Eusko Label”, vasco-vasco y de calidad) más o menos dijo que “un hombre (mujer en su caso) sólo puede ser feliz si aprende a renunciar”. Eso, digo yo, puede ser cierto si el hombre o mujer en cuestión tiene la mala suerte de verse en la tesitura de tener que renunciar. Que si a mi no me obligaran a renunciar, yo no renunciaría NUNCA A NADA… ¡Todo para mi!
Pero entre que no tengo resistencia a la frustración y entre que si por mi fuera yo no renunciaría a nada, aunque habitualmente me veo en la obligación de a hacerlo, muchas veces me encuentro tocándole la puerta a la infelicidad. Esta cabrona siempre me abre la puerta (por llamarla con tanta insistencia será…) y me mima y me acuna entre sus brazos, y no hace más que ponerme musiquita para llorar… Yo, que a veces tengo alma masoquista, me dejo hacer.
Otras veces, cuando creo que mi depósito de lágrimas ya está vacío, cierro el grifo, me pinto los ojos para que no parezcan dos melones, miro hacia delante… y decido “pasar página”.
1 comentarios:
que hacer para aprender a renunciar o mejor dicho s
desaprender a tener todo lo que uno quiere?. esto cuando niño nos encanta, pero nos psas la cuenta cuando somos ya jovenes y adultos. no es posible siempre tenerlo todo las cosas que uno quiere cuando crece ya empiezan a ser mas complejas y no depende de tus madres el poder conseguirlo.
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